lunes, 25 de junio de 2007

Materia, Libertad y Felicidad en las Confesiones de San Agustín

SAN AGUSTÍN

Iván Espinosa N.

Autor Medieval .

MATERIA, LIBERTAD, Y FELICIDAD

En Agustín la visión del mundo, y, sobre todo, del hombre incluye de forma insoslayable a la materia como fuente contenedora de todo el bagaje instintivo y pasional, aparece como el receptáculo macizo y denso de ese flanco de la naturaleza humana que se planta en decidida y determinada oposición, en contumaz y pétrea postura antitética, contraria a aquella otra parte que responde, cuando puede, a los llamados lejanos de lo divino.

En la materia reside de forma adherida y firme el placer en todas sus variadísimas gamas, en todas sus infinitas y pletóricas maneras de expresión y manifestación, asentándose como revoltosos y briosos rugidos que galopan naturalmente dentro de la interioridad humana, produciendo en ella un sinnúmero de pasiones y emotividades sedientas de libertad, de desafuero, de máxima saciedad.

El orgullo, la soberbia, la vanidad, las mujeres, la comida, etc., son para el de Hipona movimientos malignos del alma, retortijones indeseados y enfermizos que ajan la salud y la buena disposición interna del hombre de bien. Y es que dentro de la filosofía agustiniana aletea un sentido elevadísimo de lo sublime, un recuerdo tan vivo, tan vigoroso de lo divino, que deriva en un profundo e irrefrenable deseo de retornar a lo perfecto, que sólo puede ser encontrado y conquistado a través de un cuidadoso esfuerzo por detectar hasta el más mínimo retoño de placer.

En sus confesiones, Agustín revela y es completamente fiel a su alto sentido de lo sublime, pues desglosa, analiza y vitupera de forma prolija y dedicada, cada uno de sus impulsos y emociones opacas, evidentes y únicas culpables, sin opción a defensa, de su más profundo pesar y congoja, de sus más gélidas noches, de sus más solitarios días, que por estar lejos de lo divino, parecen evos enzarzados en una lucha a brazo partido contra las escurridizas y sutilísimas formas del placer, que con magnética potencia, imantan toda su voluntad, embarazando su camino hacia el amor dilatado de las alturas.

Esta lucha hace palmario el efecto embriagador y atractivo del placer, que en la filosofía agustiniana aparece en forma de cárcel o grillete de falaz brillo, que se abre ante los ojos del hombre, envuelta en una miríada de volutas voluptuosas y apócrifas que lo único que hacen es alejar el alma de su nido celestial.

La interioridad humana abarca en sí, y de forma inevitable todos estos potentísimos impulsos intestinos de oscura naturaleza, pero esa misma interioridad percibe con mira perspicaz otra faceta, otra cara, otro espectro, tan real, o más bien, más real y perfecto, diáfano y pulcro, que se aposta incólume frente a su contrario con el cual coexiste, y al cual se ve indefectiblemente relacionado. Del careo de estos dos principios antagónicos surge el concepto y la muy importante ubicación y definición del bien y del mal.

Para Agustín todo el trajinar humano discurre por la liza agonal que recibe y encuentra a la materia y al espíritu, elementos causales de lo malo y lo bueno respectivamente. En la doctrina agustiniana se desliga a Dios de toda posibilidad de vincularlo de algún modo con la realidad innegable del mal, pues esto significaría embadurnar su perfecta y misericordiosa esencia; para esto Agustín traslada todo el negro peso de la existencia de lo maligno al hombre, toda la bruna gravedad de lo malo es deslindada de lo divino y es depositada en los indefensos y yermos hombros del ser humano, que no sólo ha sido arrojado a la existencia, sino que es, precisamente él, el epicentro causal de todo mal en la que tendría que haber sido una perfecta creación, un maravilloso paraíso.

Es el libre albedrío humano la fuente de donde emana todo el miasma existente y por existir; es el autogobierno, la libertad del alma la que, a pesar de proceder de Dios, tiene la extraña capacidad y el exclusivo privilegio de producir mal, pues es ella la que mediante el ejercicio de su poder de elección selecciona los derroteros a seguir, es ella, y nadie más que ella, la que por una especie de falla de fábrica, siente los jalones fortísimos de las pasiones y decide alistarse en sus filas poniéndose a sus servicios.

En Agustín el mal es entendido como privación de bien, como ausencia de lo divino, como espacio borrado o extraviado que sirve de cultivo fértil y propicio para los más despreciables frutos: los de la materia. Esta definición deriva suave y armónicamente de la inclusión dentro de la filosofía del mal agustiniano de la creación de la nada, lo que permite que Dios se ubique lejos del mal, pues Él no forma parte activa de la creación, no es compuesto multiplicado que se encuentra esencialmente en todo lo existente, sino que ha creado todo de la nada, ha creado también un ser espiritual atrapado en la casi que indomable pesadez de la materia, un ser que lleva la libertad como marca indeleble e inconfundible de su condición humana, un ser en el que las fuerzas de la luz y de la oscuridad fraguan ferozmente en su interior intentando atraerlo para sí, tratando de congraciarse con su libre albedrío que decidirá si estrecha la mano de lo claro o de lo bruno.

El hombre, por ser creación divina, guarda dentro de su naturaleza el eco rotundo de lo sublime, el susurro a gritos del alma, que a pesar de su encarcelamiento en la materia siente el cosquilleo rutilante de su origen divino, siente en lo más hondo de sí, el leño crepitante de su objetivo más elevado: El retorno a Dios. Y es que en Agustín el hombre ha nacido para cosas mayores, ha existido, existe y existirá para elevar el mentón hacia lo divino, pues es allí en donde se encuentra su origen y su verdadera felicidad, y es precisamente esta felicidad la que vale la pena, y hacia ella es que el hombre debe dirigir su voluntad, sin dejarse obnubilar por los pegajosos tentáculos del placer.

La libertad humana está siempre inquieta, vive en constante discernimiento, está siempre sujeta a su acción innata de autogobierno que se encuentra siempre frente a dos caminos, de los cuales tiene que inclinarse por uno, sin embargo, su esencia divina ha cruzado un surco conciso que marca claramente su meta elevada,: su regreso definitivo a los seguros y calmos brazos de Dios. Es este pues el papel más trascendental de el libre albedrío, a saber, contemplar el camino bifurcado, y tomar la importantísima decisión de andar uno de ellos.

En el correcto uso de la libertad el hombre encuentra y se da sí mismo la felicidad, pero si decide desviarse y prosternarse a orillas del placer, si toma la determinación de acurrucarse en el regazo de la felicidad material y de su respectivo amor, estará frustrando y negando su posibilidad de fundirse con y en la extensísima misericordia de Dios, para conformarse y dejarse engañar por una felicidad de orden infinitamente menor, una felicidad anegada de la meliflua viscosidad del amor terrenal, de la fijación material, de la pasión por la criatura, que entorpece el anhelo secreto y reprimido del alma de retornar a su excelso origen.

Este es el trágico destino de una libertad de vuelo raso que por falta de contundencia, y talvez de oídos atentos, no ha sido capaz de dirigir su andar hacia las alturas, para de esa forma pasar de caminar a volar, de amar a lo terrenal a amar a lo divino, de felicidad temporal a felicidad eterna.

Es el libre albedrío el único responsable de la posterior perdición o salvación del hombre, sin embargo, ella no actúa sola en esta tan exigente empresa, sino que apoyada en un sincretismo de razón y fe logra su cometido. Hay que entender para creer, y creer para entender, y es esta máxima agustiniana la que le sirve de soporte al libre albedrío, que ahora ya no es un mero poder seleccionador que va por ahí al tanteo, intentando dirigir, sino que ahora puede ver con los ojos de la razón y los ojos de la fe, ahora se esfuerza por entender y creer en lo divino, para así alivianar la hisurta carga que lacera su espalda, ahora este hombre que entiende y que cree puede clarificar los futuros derroteros de su libertad, pues con esa razón que cree, su visión se amplifica enormemente, su escozor por lo divino se atiza y su sed de Dios coloniza todo su ser, haciendo que su determinación interna sea más fuerte y termine por inclinarse hacia lo divino en detrimento de lo material, alcanzando así su feliz salvación que llega y es conquistada gracias a la acción redentora de un esforzado ascetismo.

Vista General de las Confesiones de San Agustín

Ensayo sobre “Las Confesiones” de Aurelio Agustín

Andrés Delgado

2007-06-24

Un joven descarriado y en busca de verdad es quien inicia la historia de uno de los mediadores más grandes que jamás hayan hablado sobre fe y razón, creo que este seria uno de los principios más grandes sobre la filosofía de San Agustín. Aurelio es un muchacho que en el Hortensio de Cicerón encontró la raíz de una búsqueda natural del ser humano, la búsqueda por la verdad, la necesidad de saciar la sed de conocimiento y de entendimiento del mundo que nos rodea, Agustín lo encuentra en Dios.

El camino de Agustín empieza con tropiezos y experiencias que le guían en su el trabajo de labrar su sendero, en las Confesiones encontramos a una personaje completamente honesto, que nos cuenta su historia desde su corazón, con la intención de que el lector se a mas de identificarse con él sienta la felicidad y satisfacción que brinda el caminar con Dios. La riqueza de los capítulos no solo nos cuenta lo antes mencionado sino que también nos presenta tesis ontológicas, filosóficas y teológicas.

En Catargo lee las escrituras pero no las entiende y las deja a un lado. Luego Agustín se une a los maniqueos en busca de la verdad, Agustín mira que este grupo no colma su sed de paz y los abandona, estos hombres que se regocijaban de hablar de Dios, dice Agustín, alimentaban su alma de placeres carnales y paganos, en este punto Agustín empieza una sutil narración de uno de los puntos de su famosa ontología, Agustín nos cuenta como Dios es la hermosura de las hermosuras y como los maniqueos alababan a la criatura y no al principio creador de todo, creador de la belleza de los accidentes del ser, creador de la calidad de ser de todas las cosas, de todo el universo. Los maniqueos, sostiene Agustín, consideraban que justo era el hombre que estaba con varias mujeres al mismo tiempo, que mataba hombres y causa dolor a otros, el mal no es culpa del hombre las acciones pecaminosas no son responsabilidad humana sino son atribuidas a la existencia real del mal, decían los maniqueos, esta tesis la refutará Agustín mas cuando explique su principio ontológico sobre el bien y el mal.

Agustín también formó parte de todos estos ritos maniqueos y nos cuenta que no encontró nada cercano a la verdad ni mucho menos paz.

Con el sueño de su madre (fiel devota cristiana) sobre los caminos erróneos de Agustín y habla con un obispo; han pasado ya nueve años desde que Agustín empezó su búsqueda, desde los diecinueve hasta los veintiocho, fue maestro de retórica, luego de esto estuvo un tiempo en el área astrológica, de esto Agustín habla con rechazo y desprecio. Fueron tiempos tormentosos para Agustín, su amigo ha fallecido y el nombre queda en el anonimato. El dolor fue demasiado fuerte, dice Agustín que el llanto inútil que derramaba no tenia sentido, en Dios debió haber encontrado paz; así decide huir de Tagaste a Catargo.

Dice Agustín que aquí regresa a los antiguos hábitos pecaminosos viviendo mentiras, a través de los capítulos nos demuestra la tranquilidad verdadera que produce caminar con Dios, el verdadero camino que significa esta realidad, hace hincapié en otro punto ontológico sobre la existencia de todo y que todo es Dios, Él es el principio creador de todo cuanto existe y es la única fuerza dominante en el universo. Al llegar se encuentra con Fausto, un maniqueo elocuente pero falso y mentiroso dice Agustín, las dudas que tenía Agustín no fueron contestadas y se aleja de los maniqueos, es preso de una enfermedad en Roma donde seguía enseñando retórica, viaja a Milán y tiene un encuentro con Ambrosio, aquí es donde comienza su camino hacia la fe y principalmente hacia Dios. Agustín efectivamente se hace catecúmeno.

Aquí entramos en otra de las tesis fundamentales de San Agustín, el dice que el mal es un producto de libre albedrío, es un producto del pecado. En el momento en que el hombre decide quebrar las leyes sagradas que le dio Dios, peca y así surge el mal, esto lo defiende diciendo que es imposible que dentro de un Dios bueno exista maldad, si Dios es todo cuanto existe y no es malo y bueno al mismo tiempo, entonces el mal no existe en si con sustancialidad como defendían los maniqueos, quienes por cierto decían que todas las cosas pecaminosas que hacían eran cosas por las que no tenían que sentir remordimiento ya que eran parte de su naturaleza malvada, que el mal en si dentro de ellos les motivaba a hacer estas cosas, los maniqueos perdían según ellos la responsabilidad por todo esto, ya que era parte de su naturaleza mala. En conclusión Agustín dice que el mal es solo la ausencia del bien mas no tiene ni sustancia ni existencia en si, Dios es incorruptible.

Se aleja de la astrología y se adentra en el mundo de la religión siguiendo los pasos de Alipio, con los consejos de Simpliciano, siguiendo el ejemplo de otros adeptos a Dios y con una fuerte lucha a la concupiscencia empieza todo su camino ayudado también por las escrituras. Su madre se alegra mucho. Agustín con su madre y los demás compañeros a la quinta de Verecundo. Renuncia a la cátedra de retórica y se ocupa en escribir libros. Después, a su tiempo vuelve e Milán, donde con Alipio y Adeodato recibe el bautismo. Desde allí dispone volverse a África en compañía de su madre y de los demás. Después refiere la vida de su santa madre y su muerte, acaecida en el puerto de Ostia. Finalmente cuenta piadosa y elegantemente su sentimiento y llanto, como amante y buen hijo de tal madre.

Más tarde muestra por qué grados fue subiendo al conocimiento de Dios; que se halla a Dios en la memoria, cuya capacidad y virtud describe hermosamente; que sólo en Dios está la verdadera bienaventuranza que todos apetecen, aunque no todos la buscan por los medios legítimos. Después describe el estado presente de su alma y los males de las tres concupiscencias. Agustín hace una explicación de todos los tipos de tentaciones en las que puede caer el hombre. Agustín rechaza la vanagloria y la fama.

Es el fin de las confesiones y Agustín dice que su corazón esta en la tinta y en las hojas de este libro con completa honestidad, nos cuenta sobre la sabiduría de las escrituras, para pasar a explicar nociones desconocidas hasta entonces como el tiempo, el cielo, la materia y como todo termina siempre en Dios.

Creo que la parte esencial sobre las confesiones de Agustín es el hecho de plantear la cuestión de que hay que “entender para creer y creer para entender”, es el correcto equilibrio, porque si Dios nos dio razón es para bien utilizarla pero no por eso dejar de prestar atención al creador de todo. Dios nos dará las respuestas que pidamos, la analogía es que da alimento pero no lo mastica.

El Dios de San Agustín

PUCE

Seminario de Autor Medieval

M. Julia Murillo G.

EL DIOS DE SAN AGUSTÍN

Por sus razonamientos, San Agustín de Hipona, logra fundamentar la fe, la creencia en un Dios; así se convierte en uno de los personajes más importantes de la historia para la iglesia católica cristiana y un eje del pensamiento de esta doctrina.

San Agustín concibe por la razón a Dios, lo que para él es una prueba fehaciente de Su existencia, instaura los principios racionales que le llevan a creer, a dar como fruto la fe.

Todo concepto abstracto proviene de la realidad. Hasta no considerar la dualidad de cuerpo y espíritu San Agustín no puede concebir la idea de Dios, Dios pasó de ser un ente corpóreo a ser una naturaleza y una inteligencia espiritual que estaba sobre todo y le daba sentido.

La verdad de un Dios verdadero la obtiene de la admiración, que experimenta, de un mundo perfecto, esa es la evidencia de la existencia de un Ser perfecto que lo crea; Él, infinito, eterno. Los sentidos que le permiten captar el mundo lo elevan al alma, y el alma a la inteligencia. Dios es Verdad, Dios es Inteligencia.

Agustín acoge a Dios porque es el Bien, es esperanza, es amor, es consuelo… Esa es la verdad que busca el alma. Dios omnipotente en su esencia, el Bien, porque existe el mal; hace de las cosas buenas (materia), y por buenas corruptibles, un bien de ellas.

La verdad está en Dios, no en la realidad, pero a través de ésta lo percibe, con la inteligencia. Por la inteligencia encuentra la inteligencia infinita, Dios, a quien no hubiera podido conocer si no tuviera una idea ya de Él. La inteligencia que le hace conocer, le hace creer.

Dirigirse a Dios porque es bondadoso y porque en Él está toda la inteligencia. Agustín equipara a la enfermedad el alejarse de Dios y no aceptar su ley. La verdad de todo está en Dios.

Dios es el Bien, Él en primera instancia y antes que todo; luego están las sustancias, las que son buenas porque se pueden corromper; por último la nada, privación de todo bien, algo no es. Él es inconmutable, nada necesita; todo lo demás no es inconmutable y necesita de Dios.

En contraposición del Bien no está el mal, Agustín sostiene la insubstancialidad del mal, es una carencia de Bien, existe por corrupción, en cambio, el Bien es incorruptible, así mismo su voluntad y su poder.

Refutando al maniqueísmo, se convence de los razonamientos de Nebridio, el Bien, en tanto incorruptible, no se puede mezclar con el mal porque sería corruptible, no existe una lucha antagónica.

Dice Agustín que el mal existe para que el bien “triunfe”, pero también dice que el bien por ser incorruptible no “lucha” con el mal porque así sería corruptible. Argumentos lógicos, pero en cierto modo parecen ser contradictorios.

El Dios de Agustín es un Dios cultural. En determinados puntos: ¿para qué defender la demostración racional de un Dios cultural? Dios es Dios por su poder más que por las perfecciones que le son dadas porque la razón humana entiende, o no llega a entender, de cierta forma. A más de un Dios cultural, Agustín, lo convierte en un Dios personal, de lo único que puede conocer y creer real. La forma de entender es un argumento válido, pero el dudar hasta de que está vivo, pero no de Dios, es un empeño obsesivo por crear realidad.

En un principio, Agustín pensó en un Dios corporal, manifestó la falsedad de este argumento luego; del mismo modo, el que exista una idea de Dios antes de que la inteligencia la pueda conocer, no comprueba la existencia de Él. Cualquier verdad o falsedad puede ser bien argumentada, no toda creencia es verdadera.

La naturaleza humana en interacción con una realidad externa a ella conoce de cierta manera, de aquí se comprende que al generar otra realidad (de razón en sentido estricto, abstracta) comprenda de una manera similar y luego sea perfeccionada. El Dios corpóreo fue reemplazado por uno espiritual. Para entender, y sobre todo creer en Dios, en una sociedad de cultura cristiana, han ayudado las perfecciones y características que aportó Agustín según su entendimiento; en la actualidad la gente piensa en Dios de la misma manera que antes, y en respaldo los razonamientos de Agustín.

JUICIO CRÍTICO SOBRE LA VIGENCIA Y ACTUALIDAD DE SAN AGUSTÍN

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL ECUADOR

FACULTAD DE CIENCIAS FILOSÓFICO-TEOLÓGICAS

AUTOR MEDIEVAL: AURELIO AGUSTÍN

JUICIO CRÍTICO SOBRE LA VIGENCIA Y ACTUALIDAD DE SAN AGUSTÍN, UN ACERCAMIENTO DESDE LAS CONFESIONES

El presente ensayo -y como su título lo expresa- tiene como objetivo realizar un juicio crítico sobre la vigencia y actualidad de San Agustín, tomando como referencia su obra “Las Confesiones”. Para dicho efecto, se expondrá brevemente al Agustín antes y después de su conversión. Luego, al filósofo que hay en él y que busca de manera incesante la verdad. No quedarán exentas de ser tomadas en cuenta la fe y la razón, así como lo mundano en la cosmovisión agustiniana. Y por último, una conclusión personal que permita cerrar todo este trabajo de muy poca pretensión filosófica.

A mi modo de ver, no es posible abarcar al Agustín cristiano, convertido, sin antes mencionar al Agustín pagano, por nominar de alguna manera esta etapa pre conversión. De hecho su padre fue pagano y su madre cristiana (posteriormente llegaría a ser canonizada: Santa Mónica). Aurelio no nace siendo cristiano, al contrario, en sus años juveniles se siente fuertemente atraído por la doctrina de Manes: maniqueísmo. Se siente inquietado por esa lucha constante entre el bien y el mal (vigente hasta nuestros días). Como profesión toma la retórica. Es rétor. Realiza numerosos viajes: Africa, Roma y Milán. Hay en el Santo una búsqueda incesante de la verdad inspirada por el Hortensio de Cicerón.

Luego de pasar por una serie de odiseas, de introspecciones, de dudas; es cuando decide abrigar su fe al cristianismo, y lo hará con tanto apasionamiento como cuando fue pagano. No hay que olvidarse que en la mencionada conversión, su madre, Mónica, fue un pilar fundamental como gran intercesora. Agustín conoce a Dios en la edad madura, y él mismo lo dirá: ¡Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando.[1]

La búsqueda incesante de la verdad será una obsesión permanente en San Agustín. Para él, y pienso que aún hoy para la filosofía cristiana, la verdad va a ser Dios. Considero que aún se mantiene patente esta incesante búsqueda en los cristianos. Dios como la verdad, aquello en lo cual se puede fiar plenamente. Pero no solamente la verdad, sino también esa búsqueda sigue siendo tan actual como en los tiempos de Agustín. No basta que se hable de Dios, que se haga ciencia de ÉL; el cristiano -y no sólo él- siente que hay algo que le trasciende, que le sobrepasa, y tiene curiosidad, ansias y anhelo de búsqueda, de encontrar o encontrarse con ese Ser Trascendental.

La fe y la razón también están en plena consonancia. No basta con creer a ciegas[2], como tampoco basta por sí sola la razón. Es necesario –como ya lo dijo Agustín- Ergo intelligas ut credas: crede ut intelligas: entender para creer, creer para entender. La Revelación tiene que pasar por el filtro de la razón. Pero esto en el ámbito en que se da por supuesto una creencia, por ejemplo en la existencia de Dios. Un no creyente podría disentir y con razón sobre este punto sobre fe y razón.

El desprecio por esta vida terrena y mundana, aunque no es ya del todo común en todos los cristianos, sí lo es en muchos de ellos, sobre todo en la corriente pietista y conservadora. Y debo confesar, al igual que el hiponense lo hizo en sus Confesiones, que estuve cansado de leer y leer sus ansias de desapego a todo lo mundano, su cierta vergüenza por la vida terrenal. Pero como alguna vez escuché en una entrevista que le hacían a Octavio Paz[3], y él sabiamente decía que a los personajes de antaño no hay que juzgarles precipitadamente sino entenderles desde su contexto –lo cual estoy plenamente de acuerdo-, he aprendido a no medir las palabras y las acciones de las personas de otros tiempos con la misma medida de la época actual; es decir, a no juzgarles de manera despiadada y –peor aún- sin conocimiento de causa.

Sin embargo, me parece que Agustín exagera en sus escrúpulos. En las Confesiones se nota a un Aurelio Agustín escrupuloso inclusive de haber tenido un hijo, producto no del amor sino del pecado. Razón tenía de aparecer un libro que, si bien no es seguro que su concubina Floria Emilia lo haya escrito, refleja de alguna manera el rechazo que sentía por todo lo carnal y mundano. En el mundo actual, en cambio, ya no existe un rechazo por lo corporal, lo carnal, al contrario, mas bien parecería que existe una corriente hedonista, no en todos lados, pero sí al menos en nuestra sociedad, en los medios de comunicación en los cuales se incita al culto corporal. Pero como este ensayo no pretende ser moralista, ni yo mucho menos, me acojo a las palabras sabias de Agustín: ama y haz lo que quieras.

Estos han sido algunos puntos que los he expuesto de manera sucinta. Sobre todo me he enfocado en echar un vistazo a lo que puede haber de actual y vigente de San Agustín en la filosofía cristiana, y más concretamente en el actuar cristiano. No he abordado de si San Agustín tiene actualidad y vigencia en la filosofía de manera general, por cuanto –y esto lo digo con total honestidad- no domino todo el campo filosófico, sobre todo filosofía moderna y contemporánea, sobre todo esta última. Tampoco pienso haber hecho un juicio crítico riguroso, intentado, sí. Con todo, al menos me queda la satisfacción de haber desarrollado los puntos que se plantearon desde inicio. En fin.

JUAN PABLO GRANDA VÉLEZ

LUNES, 25 DE JUNIO DE 2007



[1] Confesiones, Libro X, capítulo XXVII.

[2] San Anselmo decía otiosa fiedes; es decir, la fe que no trata de entender es una fe ociosa.

[3] Escritor y pensador mexiacano

San Agustín y el maniqueismo

Escuela de Filosofía

Materia: Seminario de Autor Medieval

Tema: Ensayo final

Nivel: 2

Nombre del estudiante: Roberto Calderón F.

La intención de este ensayo consiste en mostrar el paso que hizo san Agustín desde el maniqueísmo al cristianismo y opinar sobre los motivos internos que movieron su idealismo del neto conocimiento del bien y del mal a la práctica que pretende trascender los opuestos a través del amor a Dios y a su hijo que se sacrificó por los seres humanos y el cual libera de todo pecado.

En el libro III de sus confesiones Agustín cita a la “verdad maniquea” por primera vez y explica ampliamente las bases filosóficas que sostenía esta secta. Ya en libro V anuncia el momento en que renunció al movimiento maniqueo por no estar totalmente seguro de lo que creía y por estar por vez primera estudiando de catecúmeno las sagradas escrituras y siguiendo de esta manera lo que su madre siempre quiso para él, que se convirtiera poco a poco al cristianismo.

Los maniqueos en primera instancia despiertan el interés de san Agustín por su tesis respecto a los dos principios primarios que sostienen el mundo de lo conocido: el principio responsable del bien y el principio responsable del mal; el principio de la luz y el principio de la oscuridad; vida y muerte, ascenso y descenso.

La eterna lucha entre estos dos principios interesaba mucho a san Agustín por los cuestionamientos que se venía haciendo desde antes en su propia vida respecto a lo correcto y lo incorrecto; virtud o pecado.

Por esto, Aurelio Agustín se introduce de manera radical en este planteamiento maniqueo y lo estudia a fondo para tratar de encontrar la verdad que lo lleve a la paz interna.

Yo propongo que Agustín desiste de los maniqueos cuando se cuestiona una base principal de esta ideología: Los maniqueos plantean que el bien y el mal son dos fuerzas contrarias que disponen ellas mismas de la voluntad del hombre y no al revés; que la voluntad del hombre puede decidir entre estos dos caminos. De alguna manera el planteamiento maniqueo anula la idea de la libre voluntad del ser humano y coloca la suerte del hombre en una especie de destino prefijado por la voluntad de estos dos principios que rigen la vida.

San agustín, al empezar a estudiar las enseñanzas de las escrituras sagradas (libro V; Cáp.: 14) se topa con un planteamiento parecido. El bien y el mal se convierten en Dios y el Demonio, dos principios antagónicos que rigen a la humanidad. Explica que Dios a razón de la libre voluntad humana, permitió que surja en el mundo humano algo radicalmente externo y ajeno a la primera voluntad y naturaleza con la que Dios creó el mundo (que es el amor infinito y bondad pura).

San Agustín plantea que Dios creó el mundo a través de la nada (ex nihilo) y dice que en ese momento los primeros hombres (adán y Eva) eligieron por la libre voluntad algo ajeno a su creador: la guerra entre los opuestos complementarios.

Y digo opuestos complementarios porque es evidente que la luz no existiría sin la oscuridad ni el arriba sin el abajo. De alguna manera para la existencia del cielo tiene que existir un infierno así como para que un árbol se conforme en un ente completo e íntegro en sí mismo tiene que crecer su copa hacia el cielo y en la misma medida sus raíces tienen que introducirse en las oscuras profundidades de la tierra.

En mi sincera opinión yo diría que san Agustín olvida que, aunque se sostenga aquello de que hemos errado el camino como raza al elegir por libre voluntad este otro principio (el mal) que parece siempre estar en confrontación con el primero aquel por el que fuimos creados (el bien), el universo conocido, desde nuestro presente y sin lamentarse de ninguna decisión tomada por nuestros supuestos primeros padres (Adán y Eva), lo q ue vivimos lo vivimos desde el nacimiento en ambos principios por igual. Un bebé va a llorar histéricamente para pedir su alimento así como sonreirá amorosamente cuando quiera iluminar la vida de sus padres.

De alguna manera, estos dos principios son parte fundamental de nuestra presente naturaleza humana. El cuerpo y el alma conforman lo que llamamos “yo” y es en este “yo” en el que todos hemos nacido. Y aunque no nos guste a veces la idea, la carne es tan necesaria como el alma para que nos reproduzcamos tal como dios manda en el génesis: “creced y multiplicaos” dijo.

Yo no se que otra opción de reproducirse tuvieron Adán y Eva antes de comer el fruto prohibido del Árbol del conocimiento del bien y del mal pero lo que si puedo asegurar es que la oposición-filiación entre los dos principios es la única naturaleza que nos une y nos separa en el presente tal y como es. Y, ¿no se desarrolla en el presente real y concreto la verdadera filosofía y realización del ser humano? De ésta manera no puedo entender cómo san Agustín condena el comportamiento de el más tierno de los infantes al pedir alimento para su supervivencia, siguiendo la voz del instinto que Dios mismo puso en él. Propone que todo en esta vida es pecado pero no resalta el amor que en igual medida fue necesario para que ese mismo niño nazca.

Es decir, el ser humano puede representar estos dos principios opuestos y complementarios: el hombre es hombre y la mujer es mujer, de la misma manera la luz es luz y la oscuridad es oscuridad. El bien nunca puede ser mal y viceversa el mal no puede ser mal según sostiene Parménides con su frase: Lo que es, es y lo que no es, no es. Pero a la vez que estos dos principios se excluyen de manera radical, hay que aceptar que es necesaria su unión para que nazca algo nuevo. Como mencioné antes, el bebé es el resultado del amor entre los opuestos complementarios. Así como la vida no podría existir en nuestro planeta sin que la luz y la oscuridad, aunque opuestos radicales, se amen y mantengan la temperatura en perfecta armonía, armonía sagrada y misteriosa a la que debemos la existencia.

Fe y Razón

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL ECUADOR

EXÁMEN TERCER PARCIAL

SEMINARIO AUTOR MEDIEVAL

Nombre: Patricia Fuentes

Semestre: 2do Semestre

Fecha: 26-06-2007.

ENSAYO

TEMA: FE Y RAZÓN

San Agustín filósofo y teólogo nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste (Argelia). Fue uno de los autores importantes en la Edad Media. Causo controversia desde sus inicios en un principio por abrazar al maniqueísmo, hasta llegar a dejarlo, y con el tiempo convertirlo en un personaje muy importante de la Doctrina Católica.

La vida de Aurelio Agustín. Explica el resolver sus tantas preguntas. Para ello presenta una de sus obras más importantes en el cual se destaco las “Confesiones”. Este libro presenta cada etapa de su vida, y varios elementos que sirvió de ayuda y sustento para comprender de mejor manera su pensamiento. Permitiéndonos tener un acercamiento más profundo hacia él. Su pensamiento parte desde varios puntos. Pero un elemento indispensable es el de su fe y razón.

La idea es el de enfocar en el Crede ut Intelligas. Intelligas ut Crede “Creer para entender” y “Entender para Creer”. (Fe y Razón). Aunque para muchos o algunos estos elementos puede causar controversia, al pensar que pueden ser compatibles o pueden ser incompatibles. En este punto surge varias interrogantes en Agustín.

Aurelio Agustín quiere darnos a conocer como fue su ideología. Una de las cosas que permaneció a lo largo de las “Confesiones” , es la fe y razón. Por medio de esto quería alcanzar la verdad, para Agustín alcanzar la verdad significaba alcanzar la felicidad. La felicidad consistía en adherirse, en conocer, en descubrir, hasta llegar a amarlo y adherirse a ello.

El drama que presenta Agustín es el de conocer la verdad pero lo llevo a Amar tanto a la Criatura, que se olvide del Creador. Para Agustín existe dos caminos. El uno es en aferrarse tanto a la criatura, quedarse en lo contingente, quedarse en esa misma fuente, en ese amor limitado, haciéndolo quedar incapacitado para amar, O el otro camino que permite encontrar la verdad, la felicidad, el trascender, el llegar al perfeccionamiento. Ad mayora natus sun. “HE NACIDO PARA COSAS MAYORES”.

Para Agustín la razón por sí misma no puede alcanzar la verdad, puede enredarse en sus propias aporías.

Mientras que la fe es necesaria para entender la razón. La fe es como una especie de salida a las encrucijadas que se presentan en Agustín.

Por ese motivo la fe y razón son dos cosas que dependen una de la otra. La fe aporta a la razón. Y la razón aporta a la fe son dos caminos indispensables para alcanzar la verdad.

He de ahí que se destaca al método Agustiniano Creer para entender. Entender para Creer, resume el camino emprendido por Agustín. Esto fue posible gracias al encuentro de la filosofía. Y con ello el intentar hacer una metafísica de la “experiencia interior”, es decir el encontrar una respuesta al Ser, Verdad y felicidad.

Para ello Agustín ha ido creando a lo largo de su vida los cinco pilares de la ontología que son: Primero la existencia de un Dios único y soberano. Que solo existe un ser supremo que lo creo todo y a todos. Segundo la creación de las cosas Omnipotente (Ex­-nihilo). Todo lo creado parte de la nada convirtiéndolo en el único creador de todo lo existente. Tercero la bondad esencial de todos los seres. No hay ningún ser que sea bueno o malo. Porque en sí todas las cosas son buenas no hay nada que en sí mismo sea malo. Cuarto la insubstancialidad del mal (Privatio boni). Es estar privado, el tener carencia del bien. Ese bien puede sufrir corrupción. Y el quinto la existencia del libre albedrío. Cada uno es libre de escoger su camino. Porque donde hay responsabilidad hay libertad. Y donde hay libertad hay responsabilidad.

Agustín también hace su “Filosofía de la Historia”. Consiste en tener: Diseño, Propósito, Dirección, Finalidad. Todo esto para Agustín conduce a un proceso histórico. El hombre determina a la historia, de ahí que se fundamenta entre: El Amor Dei. El Amor de Dios. La Ciudad de Dios. Y El Amor Sui. El Amor de si mismo. La Ciudad Terrena.

Agustín hace referencia en que todo esto se basa en el principio de la fe y razón, pero que también se fundamenta en el AMOR. Porque “El Amor es Padre de la Historia”. Y a todo esto que paso, vivió, experimentó, conoció, aprendió se lo llama Historia.

Agustín fue, es y será uno de los pocos autores que marco con profundidad su vida, obteniendo mayor influencia, dándonos a obtener un mejor acercamiento por entender la verdad. Obteniendo respuestas a cada interrogante que se hacia. Convirtiéndolo como “Filosofo Teólogo y “Filosofo de la Verdad”.

Los Cinco Principios Ontológicos de San Agustín

Pontificia Universidad Católica del Ecuador

Filosofía

Seminario de Autor Medieval

Juan Pablo Neira

Trabajo final sobre las Confesiones de San Agustín

Los Cinco principios Ontológicos de la Filosofía de San Agustín

1) La existencia de un Dios único y omnipotente

Este es el principio primero de la metafísica de Agustín, el pilar central en el que reposan los otros. Al ser un pensador cristiano y uno de los Padres de la Iglesia, es obvio que este enunciado sea de donde parta para elaborar sus teorías teológicas antropogénicas y cosmogónicas. Esta premisa se asienta den tres aspectos planteados por Agustín para confirmarlo. El primero es el orden de la Creación, el cual se puede percibir a simple vista alrededor nuestro, y en los últimos años también se ha podido observar a nivel microscópico tanto como a nivel del cosmos; las células poseen un orden molecular, del cual depende la vida para existir, y del cual depende la materia para ser como es, y en el aspecto del universo, todo esta regido por leyes físicas innegables, las cuales mantienen las galaxias y las estrellas unidas. El segundo aspecto es que la mayoría de culturas han intentado explicar el origen y la causa de todo en un ser superior, en el caso de la religión cristiana, el Dios único. Por último el tercer aspecto es el de la causalidad; necesariamente algo tuvo que haber creado tanto las cosas como el concepto de las cosas que se desarrolla en el humano, esto vendría a ser por su finitud y imperfección, alguien tuvo que haber creado la definición de perfección e infinitud.

La creación ex nihilo de las cosas

Este principio deriva del anterior. Si existe un Creador de todas las cosas, entonces estas cosas debieron ser creadas a partir de la nada. Con el Creador no compartimos la misma naturaleza y por ende, las mismas leyes, no emanamos de El, fuimos extraídos de la nada y somos como un espejo de Dios, si El se retira, el reflejo no permanece. Nuestro ser participa de Dios como el reflejo a lo reflejado.

La bondad natural de lo creado

Ya que Dios es infinitamente bueno entonces su creación “imitando” a su Creador es igual, solo que no infinitamente, esta es la separación que produce nuestra diferencia en naturaleza. Nuestro ser se basa en esa bondad ya que ésta es el motivo de la creación misma; la bondad es la naturaleza de la creación.

La insustancialidad del mal

Partiendo de la anterior premisa, Agustín afirma que el mal no existe como una realidad sustancial ni como un principio ontológico real, ya que iría en contra de la naturaleza de la creación. Al problema del origen del mal Agustín le da un carácter de falacia lógica. ¿Si no existe el mal, entonces por qué lo vemos siempre? Agustín responde que no es mal lo que vemos, sino privación de bien, no es un opuesto porque en este caso el opuesto no existe, y como Dios es eterna bondad y además es único ser que crea y destruye es imposible tanto la existencia de un ser que origine el mal como la posibilidad de que Dios mismo lo haya creado. Privación de bien es cuando un criatura se aleja de su propia naturaleza, de su propio ser, para realizar actos que le son ajenos naturalmente. Así Agustín da por terminado el problema del origen y la insustancialidad del mal.

El Libre Albedrío

El último pilar ontológico de la metafísica agustiniana. El Libre Albedrío es la libertad humana que fe otorgada por Dios a Adán y Eva en el Paraíso. Adán escogió la desobediencia (el mal) y Dios castigó a ambos expulsándolos del Jardín. Éste es el comienzo de una herencia que abarca a toda la humanidad: el Pecado Original, del cual no podremos escapar sin la ayuda de Cristo y nuestra voluntad. Dios no interviene directamente en las acciones de los hombres, solo le muestra el camino, mediante las Escrituras, y cada hombre decide su propia dirección. Ese pilar también es parte de la crítica implacable que Agustín emprende en contra de los maniqueos, los cuales afirmaban que el hombre está en el mundo sensible sin culpa ya que padece de la influencia de un ser, principio del mal y análogamente opuesto al Dios del bien. Para Agustín, que acepta que el hombre tiende al mal, el origen de esta tendencia es el mismo Pecado Original, que pesa sobre el hombre. El humano ha de encontrar su verdadera libertad cuando redima ese pecado y pueda de nuevo tender al bien continuamente.

Conclusión

Agustín utiliza estos cinco principios para fundar su aporte a la teología cristiana, y por esto es considerado fundador de la filosofía religiosa desde el punto de vista del análisis profundo de la naturaleza de Dios, el universo y los hombres. Trató de exponer con amplitud sus pensamientos sobre temas muy importantes como la libertad del humano frente a un Dios omnipotente, y el origen del mal partiendo del principio de que el creador de todas las cosas es solamente bueno. Su obra es importantísima para el posterior desarrollo de la teología a lo largo de la Edad Media.